Observar.
Cuando voy a los conciertos, en lo que menos me fijo es el grupo. Me paso el concierto mirando la calidad de las pantalla, intentando adivinar donde están posicionadas las cámaras, contando focos… y si vas conmigo a un concierto, te voy a pedir que nos acerquemos a ver el puesto de técnicos seguro.
Por suerte, esto no solo me pasa a mí. Recuerdo un concierto de Vetusta Morla en Barcelona, fuimos 4 amigos, yo me pegué todo el concierto calculando el gasto de producción de ese evento, el militar en la sección de transportes calculando los camiones necesarios para llevar todo eso, el protésico dental se fijó que el cantante se había arreglado los dientes y la arquitecta supo decirnos cuantos pilares tenía el local y la distancia entre jácenas.
También me pasa en los restaurantes, nada más llegar ya me he fijado en el rango de mesas que lleva cada camarero o que un trabajador ha sacado un cuchillo sucio de la cocina, lo ha limpiado con el mismo trapo con el que limpia la barra y se lo ha entregado a un cliente que se lo acababa de pedir.
¿Qué gano yo con esto? Aparte de arruinarle la cena a los que comparten la mesa conmigo y se acaban de dar cuenta que quizá su tenedor tampoco ha pasado por el lavavajillas, nada. Gracias a mi manía de observarlo todo he conseguido que siempre me sienten de cara a la pared, se han dado cuenta que es la única forma de que les haga más caso a ellos que a los camareros.
Como decía Edgar Allan Poe, “Lo importante es saber lo que debe ser observado”
Hasta luego.
Borja.